viernes, 23 de abril de 2010

Historias del abuelo Sonrisas

Aquella noche era distinta.

Aquella noche, Julián y Berta estaban sentados sobre las rodillas del abuelo Sonrisas, mientras afuera, en el jardín, una suave e inmacualda alfombra de nieve adornaba, como si de un salón principesco se tratara, la tupida maleza bajo el chopo pelado y dormido.

Aquella noche todo era distinto; después de un trimestre de duro trabajo en la escuela, los dos hermanos pasaban sus vacaciones invernales en casa de los albuelos de papá. Todo un acontecimiento para sus mentes infantiles: juegos en la nieve; prados con alguna ardilla curiosa; bufandas, botas y aquel viejo trineo que su padre cuidara con esmero en su juventud.
Hacía dos años que no visitaban la adusta casa de piedra y madera, pero este envierno se encontraban allí, lejos del ruído de la gran ciudad, en el campo, en su hogar.
Desde su primer día de vacaciones habían deseado fervientemente el momento que, ahora, tras una cena llena de las más exquisitas golosinas, estaban a punto de vivir.
Y es que nadie, ni siquiera el más importante de los autores de cuentos que leían en sus ratos libres, podía comparársele al abuelo "sonrisas".

El viejo Sonrisas contaba ya con... ¡ni se sabe los años!. Su fina barba blanca y su pajarita de lunares servían de traje a esas profundas arrugas que convertían su cara en una perenne sonrisa, de ahí el apodo que todo el mundo cariñosamente le dedicaba.
Era un ser distinto y, aunque ya viejo y rezongón, sabía tener ese don especial con que cuentan muy pocas personas y que nos hace sentir tan bien a su lado...
Así que aquella noche, despues de echar unos leños al fuego y atizar las llamas, tomó a sus dos nietos en volandas, los sentó en sus rodillas, carráspeó y echando una bocanada larga a su pipa, comenzó con su historia.

Ahora os toca a vosotros. Espero que llenéis este blog de historias preciosas que nos hagan pasar luego un rato muy entretenido leyéndolas. ¡Ánimo y a publicar!.

Don Miguel Ángel

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